Arte y consecuencia

    Todos creemos conocer la situación en que laboran nuestros profesores y además,  tenemos unaSample Image especie de prejuicio formado acerca de sus capacidades y el rendimiento de los alumnos, más que nada debido a que las mediciones del ministerio del ramo entregan malos resultados.

    Por otra parte, la prensa y las encuestas de organismos nacionales e internacionales nos presionan todavía más, y es tal el peso de dichas afirmaciones que la mayoría de nosotros hemos llegado a una conclusión que parece irredargüible: tenemos una opinión negativa acerca de la educación que reciben nuestros hijos. 

    Cuando decimos o pensamos esto, estamos hablando de la educación pública, no de otras -que también existen y son válidas- porque la “educación republicana”, como se dice hoy –tal si la expresión fuese un notable acierto actual y no una afirmación que viene de los años de nuestra independencia-, es la que toda persona nacida en este país tiene el derecho constitucional de acceder en las condiciones que le sean ofrecidas, “por la razón o la fuerza”.

    Entonces nos reconvenimos (y nunca he entendido por qué maldita razón aceptamos) de la incapacidad de nuestras instituciones de ofrecer una respuesta eficaz a la demanda de los que serán “el futuro de la patria”, como nos gusta decir.

    Quienes recibimos la formación de antiguas glorias formativas (Liceo de Hombres de Talca) o quienes tuvieron la suerte de participar de aquellas tradicionales Escuelas Normales Rurales de Educación, nos preguntamos qué sucede hoy.

    Hay muchas respuestas, seguramente. Y mucha “modernidad”, que debiera tranquilizarnos, pero no es así. Las inversiones en educación quintuplican la imaginación más generosa y sin embargo aquel sentimiento de frustración que mencionábamos se nos repite, y pensamos en la gestión, el lucro, las luchas y protestas que, finalmente y como resultado, redundan en lo mismo: el que tiene menos, seguirá iSample Imagegual.¿De dónde entonces podría venir la posibilidad de romper este circuito de lo inane, de la estabilidad de lo mediocre? ¿Cómo se quiebra, con  o sin recursos, la conformidad del “aurea mediocritas”, de aquella tranquilidad criminal de asumir que no hay más que lo que hay?

    Todo se nos presenta de manera tan compleja, que hemos perdido nuestra percepción y nuestra fe en los recursos humanos, llegando a sobrevalorar toda materialidad, todo esquema técnico. Y por contradicción, el problema podría ser a la vez tan simple, que no me atrevería a afirmarlo sin tener al menos un ejemplo como el que he recibido recién, y que se podría reseñar con el título de este atrevido comentario, que se refiere a la consecuencia del arte.  Porque sin conocer al profesor de música Alejandro Morales Orellana, maestro del Liceo Antonio Varas de Cauquenes, con treinta y cuatro años de docencia  y  cincuenta y siete de edad, recibí un llamado telefónico en el que me pedía le autorizara (¡...!) a poner música a uno de mis poemas. Sorprendido, sólo atiné a agradecer tal honor y me olvidé del asunto: Siempre hay gente que ama la poesía, me dije, a título de consuelo, pensando en tantos proyectos que jamás se realizan.

    Pero estaba equivocado, muy equivocado. Porque este señor había estado desarrollando intensamente y en silencio su oficio de músico en la poesía de “sus amigos poetas”, como él los llama, sin que yo supiese o alcanzara a dimensionar siquiera el  calibre y la calidad de su trabajo.Hoy, meses después, recibí su Compact-Disc-Digital Audio con catorce composiciones bajo el título de “Canción de amor”, en el que musicaliza a diversos poetas de la región, especialmente cauqueninos, y dirige las voces maravillosas de sus alumnas y amigos hasta conformar un corpus notable.

    Como diletante de la música –desde nuestro folclor a la llamada música docta- y aprovechando cierto dones genéticos, podría metaforizar su trabajo hasta la excelsitud, pero no es el tiempo de divagar. Es el tiempo de reconocer a un artista de trayectoria que ha recaudado los tesoros de las voces y escritores de una Cauquenes que no quisiéramos creer dormida, ni mucho menos satisfecha, como tantas otras provincias de este amado país.Nuestro Alejandro Morales Orellana –y digo nuestro porque siempre nos apropiamos de lo bueno-, con su arte, con su fuerza cismática, nos está enseñando también a nosotros, haciéndonos persona y educándonos frente a la ingrata perspectiva que comentábamos inicialmente: aquella infausta dominación de lo intrascendente.

    Con todo respeto, creo que su arte y su consecuencia son una de las palancas con la que podríamos levantar una nueva esperanza sobre el futuro educacional de nuestros hijos. Muchos temen (con una inmoralidad brutal) que sus niños se “contaminen de arte”, porque el arte no da dividendos, y prefieren verlos absortos frente a una pantalla que les devora el alma; y ello porque todos (los padres, los parientes, los amigos), estamos ocupados en un juego de vida tan distractivo como feroz. El maestro Alejandro Morales Orellana es un hijo ilustre de Cauquenes, a pesar de su talquinidad, porque nos ofrece la oportunidad de percibir que el arte no es ni un adorno ni una postura frente a los otros, sino una eficaz herramienta para despertar nuevos bríos y entender, ojalá por fin, que la belleza está al alcance de todos y es, además, una fuente de producción de humanidad.

    El trabajo de este fino maestro es una buena señal, es un faro de luz que nos orienta en la búsqueda que todos deberíamos emprender por una mejor educación. No sólo los docentes y el estado, no sólo premunidos o no de condiciones económicas, sino de una conciencia más activa que, como su ejemplo, nos haga más exigentes, nos obligue a estar presentes en el día a día de nuestros niños y jóvenes en la búsqueda de una educación integral, alejándonos siquiera de esta incapacidad inferida -pero también autoadquirida-, de esta especie de “res nullius” (cosa de nadie) que es la indiferencia que no queremos reconocer.

    Te saludo sin conocerte ni haber tenido el honor de estrechar tu mano, hijo ilustre de Cauquenes, maestro Alejandro Morales Orellana. 

    Juan Muñoz Veillon - Sociedad de escritores de Chile - E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.  

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