Ella es Elibabeth, tiene 26 años, y es una de esas personas cuya inquietud por aprender les quema el alma. Refleja a esa generación de cauqueninos que no teme volar alto y viajar muy lejos para atender a su llamado interior.
Después de terminar Periodismo en la Universidad de Concepción, y de trabajar en Santiago, decide emigrar y seguir la eterna aventura del vivir. Ahora estudiando actuación en la capital Argentina.
Sin duda Buenos Aires, donde hoy reside Elizabeth, es el hogar de los que gozan el arte, los buenos encuentros, la lectura y el azar.
Elizabeth Cancino, también escribe, es su oficio y su pasión, y la podemos encontrar en su propia plaza virtual, www.elizabethcancino.blogspot.com. Allí les da la bienvenida a quienes se atreven a conocer sus creaciones.
Asi nos recibe:"Sean todos bienvenidos a este rincón de la comitragedia y los cuentos fantásticos. Nos reuniremos un día en una plaza pública a gritar nuestros lamentos, mientras valga el ensayo y los ejercicios, el aprecio y la voluntad de escribir, como si las palabras no se las llevara el viento".
Un cabro chileno, una mujer chilena, un artista chileno, deja la escultura de un viejo arrugado encima de la mesa, las botellas de vino se apiñan entre el estómago y el diafrágma, los cigarros tienen gusto a pasto seco y la marihuana salva.
No se llama inmigrante al que se caga de la risa, en las barbas angulares de 15 millones de mirones, Desplegado un papel de diario y unos gramos, el forastero se entretiene mirando volar una mosca.
Se llama inmigrante al que siente soledad, y al que no puede comprarse un pancito en la calle, es inmigrante el que hace fila junto a los peruanos, y a los bolivianos.
No se llama inmigrante el que calcula en dólares, no se llama inmigrante el que estaciona el autito, no se llama inmigrante el que se toma un cafecito, no se llama inmigrante el que viaja en ácido.
Apenas alcanzo para extrajera, extraña en mi propio cuerpo, alejada de antiguas convicciones, figura que transfigura a molécula celular, y revestida de plástico mirando al este, al oeste, al norte, y al sur.
Los miro desde la lejanía de mi caída, los miro embelesada desde el suelo, los miro y me elevo y no alcanzo las pupilas de sus ojos, extranjeros sus ojos desafiantes, idioma dominado por los malos entendidos.
No son meras especulaciones, en la casa de mi vecino la música sale de un radio a pilas, el arroz hierve y es rico en papilla, y le pido unos gramitos, no de ázucar, no de hierba.
Es posible que me acostumbre, en un futuro lejano, y permanezca tranquila fuera del circulo, ensayando la respiración baja, media y alta, para no rendirme y agarrarlos de las manos, en su ronda absurda, de la que vengo escapando.