Con ocasión de conmemorarse el mes del libro, he decidido escribir estas líneas en homenaje a este mítico escritor coterráneo.
Con un solo libro editado en vida, y fallecido en plena juventud, Omar Cáceres pasó a la historia como una de las figuras más enigmáticas e innovadoras de la literatura chilena.
Sus orígenes en tierra cauquenena parecen ser un detalle ignorado y casi desconocido para quienes tienen la esporádica osadía de revertir la carga diaria de nuestra cotidianidad. Y es que su poesía aparecía querer trascender cualquier dimensión geográsfica y temporal que limitara su constante búsqueda del mismo “Dios desconocido” que animara a San pablo.
Su única obra, “Defensa del ídolo”, es un resumen de un sin número de hilvanaciones metafísicas y jungueanas, donde la búsqueda del “sí mismo” quisiera al mismo tiempo llegar a la utópica univocidad del inconsciente colectivo que marcara a toda su generación.
Por entonces, este solitario vidente del Maule frecuentaba y rehuía las mismas catacumbas que congregaran a los jóvenes de su generación: Miguel Serrano, Pablo De Rokha y Vicente Huidobro, cuya contundente y generosa pluma sellara con honor su opera prima.
Por desgracia, esta incesante búsqueda de lo trascendente, debía tropezar con el barranco que la soledad, la bohemia y la mano invisible del destino reservara para un espíritu inquieto y ya decepionado, toda vez que los primeros ejemplares de su pequeña obra ardieran en la pira que el mismo joven escritor mauilino decidiera inaugurar, como último exorcismo a la mediocridad, cuando la ilusión le fuese devuelta llena de erratas y en forma de remesas.
Finalmente, Omar Cáceres fue encontrado en algún oscuro lugar que el cielo de la metrópoli reservará para su mente. La soledad, el anonimato, la subsistencia o quizás la búsqueda de lo esencial en el abismo de la bohemia lo condujeran al pantano no esclarecido de su desaparición.
Desde ya, valgan estas líneas como invitación para descubrir y redescubrir a las almas perdidas en el polvo de la palabra escrita.
Abramos paso a una nueva generación de ilusiones, que sepan abrir caminos en el historial de nuestra tierra.
Y hagamos nuestra la admonición de San Agustín:
“Temo al hombre de un solo libro”.
Por Walter Bilbao Vílchez
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