Fuente: www.pedrofloresopazo.cl - Por Pedro Flores Opazo
La tierra y sus misterios nos han enrostrado en un segundo nuestra fragilidad. En dos minutos se derrumbaron casas, edificios, puentes y, el mar con su fuerza y gran volumen de agua se llevó parte de las construcciones que zigzagueaban la pintoresca costa central de Chile, con un saldo a la fecha de más de medio millar de muertos y desaparecidos.
También este evento natural rompió nuestra ceguera, nuestra ilusión de tener todo bajo control, nuestra sensación de superioridad o dominio sobre la naturaleza. Ahora somos concientes de que estábamos contándonos un cuento que no tenía muchos fundamentos. Al amanecer del terremoto apareció un país dañado, con todas sus miserias expuestas, donde aún la calidad en las construcciones, comunicaciones y sistemas de alerta, organización y acción para prevenir o desenvolverse en forma efectiva frente a los recurrentes grandes sismos con que habitamos no era tal.
Nos sorprendimos además del poder las redes sociales para conectarnos (Internet, bloggs, twitter), que nos sirvieron para expresar el sufrimiento, buscar a desaparecidos y apelar a la esperanza y solidaridad. Ahora se observa que al interior de ellas se está generando una reflexión social, que ha ido evolucionando desde las emociones como el pánico, horror y desolación a propuestas de aprendizaje y acciones para salir fortalecidos de este quiebre. Esta reflexión ha permitido distinguir que mucho de lo que se había construido en Chile; imagen y contenido de su desarrollo social y económico, se había sostenido en el egoísmo, la avaricia, el éxito instantáneo, sin considerar y valorar que nuestras acciones y omisiones siempre tienen un costo social; inevitablemente nos afectamos, abriendo o cerrándonos posibilidades en nuestra convivencia social.
Muro de mi casa
Se han derrumbado los muros que nos separaban de nuestros vecinos. Ahora podemos mirarnos a la cara, conocernos, saludarnos y juntos abrazarnos para confortarnos en cada réplica, las que seguirán hasta que la tierra vuelva a un nuevo centro y equilibrio energético. Este redescubrimiento del otro en la catástrofe, en el miedo colectivo, nos ha permitido ver y vernos en un rostro humano. Todas las emociones, desde el pánico a la muerte inmediata hasta la esperanza y alegría sustentada en la solidaridad, han emergido en la mayoría de los chilenos y, nos han movido a sentirnos y experimentarnos como una común-unidad en el dolor y desde ahí en la construcción de un nuevo futuro.
Como persona y profesional del coaching este quiebre me provoca articular estas reflexiones e ir más allá, a buscar nuevos aprendizajes de esta experiencia que nos devele un Ser que no hemos visto hasta ahora. Parto por valorarnos en nuestra vulnerabilidad y fragilidad. Somos tremendamente sensibles y estamos expuestos a daños producto de los cambios en el fluir de la naturaleza: lluvia, vientos, movimientos. Necesitamos aprender a vivir con nuestra fragilidad y a leer la naturaleza en forma precoz para que todo aquello que emprendamos considere estas variables y su expresión no provoque quiebres que son evitables. Sabemos que la naturaleza tiene sus emociones y que juega, ya sea con la expansión, contracción, el caos y la quietud del espacio y energía. Ahora estamos transitando del caos a la quietud. Como todo proceso de liberación de energía la tierra llegará a un nuevo centramiento, con un nuevo eje. Allí nos estará esperando para desafiarnos a que nosotros también transitemos a un nuevo centro. Un espacio emocional y valórico para aprender a convivir sustentados en vínculos de amorosidad, cuidado y, en el compartir en comunidad donde privilegiemos más el ser que el tener, el compartir que el acaparar, el escucharnos a la indiferencia, la solidaridad al aislamiento, la integración a la marginación y el amor al desamparo.
Será el momento para revisar como estamos diseñando nuestras ciudades, caminos y puentes, los espacios públicos y nuestras redes de comunicación. Sabemos que necesitamos de construcciones flexibles, articuladas para que dancen al ritmo de la tierra y no se fracturen con sus espasmos. Tenemos los conocimientos y recursos para hacer que ello sea una realidad para todos quienes habitan este país. Es hora que demostremos estas capacidades en beneficio de todos.
Por otro lado, constatamos que es necesario desarrollar vínculos sociales en forma permanente y establecer una vida más comunitaria en nuestros barrios. Un estilo y forma de convivir que nos posibilite cuidarnos, haciéndonos cargo de generar los espacios, los canales y formas de organizarnos para que frente a eventualidades estemos unidos, coordinados y nos protejamos en forma oportuna y fluida.
Hemos aprendido a reconocernos en nuestra fragilidad y al mismo tiempo, desde allí a cuidarnos para confortarnos y desarrollar una nueva visión de futuro que nos devuelva la esperanza, la confianza y la sensación de poder para reconstruirnos físicamente. Nuestra alma herida encuentra consuelo en el afecto y solidaridad del otro y, una vez que se sienta confortada desplegará sus potencialidades para pasar a la etapa de re-organizarnos socialmente, diseñar proyectos, movilizar recursos y juntos construir con nuevos estándares el país que todos anhelamos: amoroso, seguro, confiable, alegre y dispuesto a valorar y cuidar a cada hijo.
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