Por Carla Campaña Castillo, estudiante en práctica de Kinesiología, Hospital de Cauquenes
Las profesiones y el desempeño laboral que desarrollamos ocupa gran parte de nuestro tiempo, y gran parte de nuestra vida. Es por esta razón que las personas que profesamos una religión debemos saber conjugar y mostrar en nuestro trabajo esa fe y los principios que nuestra iglesia nos inculca. En Tiempos de Cuaresma en donde nos preparamos para recibir a un Cristo resucitado es importante preocuparse del prójimo, de este Cristo vivo que habita en cada persona. La kinesiología me ha permitido vivir esto de una manera muy especial, encontrando en cada paciente que asiste al Hospital un Cristo que tiene diferentes necesidades, un Cristo que ha sufrido y que necesita ayuda. Nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, templos de Dios; y cuando este templo sufre también lo hace Cristo.
Desde una mirada netamente profesional, sin tener a Dios presente en nuestro trabajo, el kinesiólogo sólo estaría mejorando una parte del cuerpo de una persona; pero desde la mirada de la religión Católica estamos ayudando a un Cristo necesitado.
Ponerse en el lugar del que sufre es una tarea difícil, y quizás utópica, pero el sólo hecho de intentarlo hace cambiar la atención que como kinesiólogos podemos brindar. Somos profesionales que trabajamos con el cuerpo del otro, con este Templo sagrado que Dios ha creado, y por lo mismo debemos respetarlo, cuidarlo y poner al servicio de los demás todos nuestros conocimientos, dones y talentos.La invitación es simple, preocupémonos del prójimo, respetémoslo y amémoslo como amamos a Cristo.
Practiquemos esto en nuestros trabajos, en el colegio, con nuestros vecinos, con quien no conocemos, tratando día a día de ayudar al que sufre, siendo agua del que tiene sed y no encuentra donde beber.
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