Fuente: 1er Libro Relatos Barrio estación - Por Alicia Molina Baumgartner. Casco Histórico, Barrio Estación - Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País
Debo haber llegado al Barrio Estación en el año 1940. Acá me dio por inventar un boliche pequeñito que con el tiempo se consolidó. Empecé haciendo pedidos de mercadería por docena, después encargaba carros de trenes completos.
Ese almacén se llamaba “El Cóndor”. Traíamos cosas bonitas, juegos de loza con más de 600 piezas; mantequilleros; individuales, de todo. Vendíamos carne; zapatos; remedios; botones, lo que se pueda imaginar.
Siempre me gustó el comercio. Fui una de las primeras comerciantes del barrio. Atendía a cualquier hora. Si llegaban a la casa a las tres de la mañana, los recibía. Soy buena para amanecerme. Trabajé como bruta, de claro a claro. El comercio es bueno siempre que uno esté en la caja, si la larga, sonó. Hay que desayunar y almorzar ahí. Estar siempre presente, al lado de ella. Yo no tuve herencia, tampoco mis hermanos. Lo que tengo me lo gané trabajando.
Cuando comencé con el negocio era joven, debo haber tenido 17 años. A los cabros que me compraban, les regalaba unas pastillas que se llamaban “Piropo”. Los niños, muy habilosos por lo demás, me hacían las compras en varias tandas, así les tenía que dar un dulce cada vez que entraban. En vez de comprar un kilo de sal, compraban medio, y al rato volvían por el resto, así se llevaban más pastillas. Se peleaban por conseguir gente para realizarle los mandados y así rescatar los Piropos. Todo eso fue llamando a la clientela.
Esos niños eran los Moraga, a ellos los bañé, los peiné. Les compré alpargatas donde Armando Yañez. Mi abuelita Ofelia, la mamá de mi mamá, les hacía ropa con prendas que ya no usábamos. Se las arreglábamos para que ellos pudieran ocuparla. Se la entregábamos planchadita, en perfectas condiciones. Ellos fueron los que más me ayudaron a trabajar. Las chicas hoy son profesoras. Cuando nos vemos, nos emocionamos mucho.
Tengo 146 ahijadas. En particular recuerdo a mi sobrino Nelson Gutiérrez, me tuve que hacer cargo de él y su hermano Néstor cuando su mamá murió. Nelson siempre fue bueno, creo que yo lo impulsé a ser mirista. Recuerdo que una vez, Dionisio, mi marido, viajó a Santiago y trajo impermeables para todos los cabros.
Al otro día, Nelson llegó del colegio sin él. La panchita, la nana de ese entonces, me dijo: “Nelsito no trajo el impermeable, me dice que no le pregunte más por él y que no le diga nada a usted”.
Le pregunté a Nelson qué había sucedido con la prenda, me dijo: “mire tía, se lo di a un niño que llega todos los días mojado, de pies a cabeza. Yo me voy al colegio con impermeable y en auto. Piense en lo absurdo que es, eso no puede ser”. Bien, le dije yo. Después, el abrigo que tenía también lo regaló.
Yo siempre he pensado que los que tienen son usureros. Hay gente que no da nada a nadie, acumulan. Yo no hago eso, no soy de esa idea. Uno al final se va a morir, no se va a llevar la plata.
Nelson además era buen alumno, el primero del curso. A veces traía niños para la casa y les enseñaba a estudiar. Él no recibía los premios por ser buen estudiante, los rechazaba. Decía que gozaba de todos los medios y oportunidades para ser un buen alumno. Sostenía que el premio tenía que ser para el niño que tuviera más dificultades, y a ese compañero, Nelson se lo cedía. Tenía toda razón. No se puede premiar a quien lo tiene todo, pero al que le cuesta, al que no tiene, el que posee padres analfabetos, a ese niño hay que darle reconocimiento.
El veía como en los velorios yo me cargaba de todo, pues enterré a mucha gente que no tenía los medios para hacerlo. Incluso llevaba a los niños a rezar, Nelson también participaba. El me vio haciendo ese tipo de cosa. Yo también lo enhebré.
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