La perrera y sus efectos: beneficio o perjuicio?

    Por Maritza Torres Araya, Técnico Social

    El mejor amigo del hombre es su fiel compañero el canino, o como mejor le conocemos  “el perro”. La tenencia de este noble animal se ha visto desmejorada, ya que es evidente caminar por las calles de Cauquenes, tanto en el centro como en las poblaciones, donde estos conviven agrupados en una cifra no menor, que en ocasiones a los transeúntes nos han obligado a caminar por la calle, dejándoles el paso libre por la acera.

    En el mes de noviembre del año 2011, se dio difusión a un proyecto o sueño colectivo en donde en el kilometro cuatro camino a Pocillas, se instalaría una dependencia capaz de resguardar a los perros sin dueños.

    En una visita al recinto solo con el ánimo de ver en las condiciones en que se encontraban los perros, nos encontramos al encargado don Juan Carlos, quien trabaja de lunes a sábado desde 08:00 a 12:00 y por la tarde de 14:00 a 19:00 horas.

     

    Nos cuenta que tiene a su cargo 60 perros,  que las vacunas están al día, que consumen un saco de alimento de  30 kilos diario, que los visita el Veterinario Guido Domínguez dos veces al mes, y que además la Municipalidad de Cauquenes, les brinda colaboración en la fumigación de pulgas, moscas y sarna.

     

    La perrera  son 150 metros cuadros como promedio, carece de cierre perimetral, ya que exhibe en dos costados pandereta, ubicados a la visibilidad del camino público y en los costados interiores presenta alambrado de púas, la bodega o reciento que guarece a los caninos de la inclemencia del tiempo, es una chanchera con sus divisiones, el suelo es de cemento, las paredes son de madera y a simple vista frágiles, y el techo de zinc.

    Se han recibido quejas de los vecinos de Población Loyola, de los vecinos a la perra, e incluso de los vecinos del Barrio Estación, que señalan que los perros de ambulan por las tardes en busca de alimento, que se les ha visto en pequeñas jaurías, y que además se les atribuye la matanza de gallinas, patos, gansos e incluso se les acusa de la muerte de alpacas. Asimismo hay una nomina de 41 vecinos identificados con nombre, rut y firma en donde señalan no estar conformes con la perrera por las condiciones que esta presenta de salubridad, por el ruido acústico ocasionado por los ladridos, llantos y quejidos de los perros, porque merodean en los hogares cercanos, votando los votes de basura. Cuando se les presento la iniciativa se señalo que los perros estarían en mejores condiciones  de habitabilidad, que su permanencia seria de poco tiempo, ya que se gestionaría su pronta adopción y tenencia responsable por parte de las familias cauqueninas.

    Don Ricardo Palacios, oriundo de Constitución, propietario contiguo a la perrera, hace dos  2 años que adquirió esta tierra, por la tranquilidad del campo, por ese silencio que se escucha (palabras textuales de su esposa). Además de querer olvidar la experiencia del Tsunami que les toco enfrentar, y porque su familia está compuesta por 10 personas en donde destacan su suegra de 84 años y su madre de 65 años.

    Otra versión es la de don Claudio capataz del fundo de Santiago Correa, quien vive hace 4 años junto a su familia, en el mes de abril del año en curso,  descubrió a perros  matando a 3 alpacas cuyo valor haciende a 150.000 pesos cada una.

    En conversación con él, señala que: “las mataron mordiendo sus partes nobles en el estomago, yo pille a los perros mordiéndolas, los seguí y se metieron en la perra, por culpa de estos perros solo me quedan 15 animales entre alpacas y llamas, de los 20 que tenia, y ahora  las encierro por la noche, no quiero que me vuelvan a matar a otro animal”.

    Si bien es cierto, se quiso hacer un bien a estos perros, se  perjudico la calidad de vida de las familias aledañas, que la ansiada tranquilidad se esfumo, que por lo menos se instalara una maya biscocho, a  cierta profundidad del suelo para cortar el deambular de los perros, que los responsables de la perrera, estuvieran más presentes viendo la realidad de su proyecto, y que el dicho; vida de perros, no se  convierta en adagio anunciado para los vecinos de la perrera  y para los propios animales.

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