Fuente: 1er Libro Relatos Barrio estación - Por Violanda Matus, Quella. - Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País

    Cuando niña vivía en una localidad que se llama Buen Retiro, en un campo que queda como a 10 kilómetros de Quella. Teníamos que caminar mucho junto a mis hermanos, primos y vecinos para poder tomar el ferrocarril que nos llevaba a al pueblo donde estudiábamos. Realizábamos ese trayecto todos los días.

    Recuerdo que lo más complicado era cuando volvíamos a la casa. Nos teníamos que bajar del ferrocarril, pero el lugar que nos acomodaba, no tenía estación. Por lo tanto, dependíamos básicamente de la velocidad en la que se estuviera moviendo el tren. Si no paraba, o iba demasiado rápido, nos  teníamos que bajar en Unicavén y después caminar de vuelta varios kilómetros para llegar a nuestras casas.

    El maquinista sabía que tenía que reducir la velocidad, pero a veces nos hacía la “talla” y pasaba rápido y no nos podíamos bajar. Lo mismo sucedía cuando teníamos que subir. Nunca pagamos un boleto, nos escondíamos del inspector. Igual viajábamos con un poco de miedo, con la incertidumbre de si nos podríamos bajar en el lugar que nos acomodaba.

    Fuente: 1er Libro Relatos Barrio estación - Por Víctor  Hugo Pincheira Bustos. Casco histórico, Barrio Estación - Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País

    Mi viejo se llamaba Adolfo Amaro Pincheira Sanzo, ingresó a ferrocarriles siendo muy joven, debe haber tenido unos 17 años, tuvo que ser como en 1945. Entró como aspirante, y así empezó a hacer carrera. Lo primero que tuvo que realizar fue un curso, una capacitación. Después de eso comenzó a ejecutar diversos reemplazos.

    Según recuerdo, él  estaba en el área de movilización, ahí  desempeñó la labor de suplente. Ese puesto consistía en  cubrir a aquellos funcionarios que por diversos motivos, como vacaciones o tener algún tipo de compromiso, debían ausentarse de sus puestos de trabajo. Por lo mismo, mi viejo tuvo que realizar todo tipo de labores. Le tocó hacer millones de cosas: fue jefe de bodega, jefe de equipaje y jefe de estación. En varias oportunidades, también le tocó reemplazar al conductor.

    La gente tiende a creer que son ellos los que conducían, pero no, sus labores eran otras. El conductor cobraba los boletos, era el jefe del equipo del tren, era el responsable de todo. El maquinista era quien conducía la locomotora.

    Un recuerdo muy bonito que tengo de mi viejo  era cuando  le tocaba, en verano, hacer suplencia en la estación de Quella. Le entregaban una casita allá y los más chicos podíamos ir allá. Los días en los que no teníamos nada que hacer, y mi papá estaba a cargo, nos íbamos en un tren en la mañana, nos bajábamos en el río Perquilauquen y  ahí nos bañábamos todo el día. Después, en la tarde cuando volvía, lo tomábamos para regresar a Cauquenes.

    Fuente: 1er Libro Relatos Barrio estación - Por Nelson Valdés. Los Conquistadores, Barrio Estación. - Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País

    Cuando llegué a trabajar a ferrocarriles empecé como jornal. Entré el 1 de septiembre de 1959. Pasé por varios puestos y terminé como jefe de estación en Quella. Trabajé  durante 16 años. De esa época recuerdo en particular mi último periodo. Me marcó  hasta el día de hoy, viví muchas emociones.

    En 1974  ferrocarriles organizó un concurso interno  entre sus trabajadores, el cual consistió en hermosear las estaciones de trenes. En ese momento yo vivía y trabajaba en Quella, estaba junto a mi señora Adriana y dos hijos chicos.

    Era una gran campaña, yo me encargué de hacerla. Había que gestionar  todo, partiendo por los recursos. Junto a la comunidad de Quella empezamos a elaborar un montón de actividades con el fin de obtener dineros que permitieran hermosear nuestra estación, la cual estaba muy deteriorada;  no tenía luz, ocupábamos chonchón a petróleo, la mayoría de las maderas estaban podridas, no teníamos agua potable. Les expliqué que de no repararse, la estación se cerraría.

    Pedimos cooperación a toda la gente. Surgió la idea de hacer carreras a la chilena.  En esa actividad  vendimos mote, empanadas, de todo. También hicimos  bailes, se vendió ponche de culén, rosquitas. Con esas acciones a parte de pasarlo bien, logramos juntar un fondo,  el que se usó para financiar a un contratista, que se hizo cargo de la obra.

    Juana Landeros. Casco Histórico  Barrio Estación  - Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País

    Trabajé como 43 años con don Pedro Pinto Casanova, él fue alcalde de Cauquenes. Lo  conocí  mejor en Santiago. En Cauquenes lo ubicaba pero nunca habíamos conversado. Era muy chica,  pero en la capital cuando nos topamos, ya tenía como 15 años.

    En Santiago él vivía al frente a mi casa. Recuerdo que lo saludé y me preguntó que de dónde lo conocía. Ahí le comenté que en Cauquenes yo trabaja en una carnicería haciendo los mandados, y que en varias oportunidades había ido a su casa a entregar carne. No me reconoció porque ya estaba más grande.

    En una de esas conversaciones me comentó que necesitaba gente para unas labores. Se dio la oportunidad y comencé a trabajar para él en Santiago. Lo hice en la botillería, también tenía  una bodega de distribución.

    A don pedro en sus últimos años le dio una parálisis. Él era una persona muy activa. A las seis de la mañana ya estaba en pie: podaba, cosechaba su miel. Falleció a los 94 años, lúcido total. No se le olvidaba nada: las planillas, las boletas. Gracias a Dios no sufrió.

    Tengo la sensación de que la gente lo recuerda con mucho cariño. Hizo harto por el barrio. Me acuerdo que llevaba a los niños en su auto, en un Ford A de 1929. Los paseaba, en el campo, los llevaba a la escuela.

    Por Hernán Sepúlveda (El Nano)  -  Libro publicado con la ayuda de los profesionales de Servicio País

    El tren definió mi futuro en muchos aspectos. Lo que hoy soy en la vida, en gran parte se lo debo a él. Yo trabajé en el ferrocarril durante cuatro años. Empecé muy jovencito, tenía como 19 años. Comencé en 1969 y terminé en 1973.

    Al principio, cuando era cabro, me subía corriendo al tren cuando venía llegando a la estación, lo hacía para “ganar corte”, es decir, ayudábamos a la gente a bajar el equipaje y los acompañábamos hasta los taxis. De esta manera  obteníamos una propina.

    Nos subíamos una montonera de cabros  por los dos lados, como cien metros antes de que  llegara a la estación. Competíamos con los “números”, que era el personal autorizado por el jefe de estación para ayudar a los pasajeros con el equipaje y trasladarlos a los taxis.

    Ellos se enojaban con nosotros porque les ganábamos “los cortes”. Cuando ellos venían a ayudar a las personas, nosotros ya los estábamos bajando.

    Fue una experiencia  muy entretenida, no existían muchas restricciones ni formalidades, por lo mismo, se presentaban varias particularidades arriba de él. Me acuerdo que en una oportunidad divisé una liebre cazada en un huache cuando volvíamos a Cauquenes. La vi como a cincuenta metros, tengo buen ojo, y le dije al maquinista que se detuviera, y me respondió: “yapo, ningún problema”.

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